10 abr 2009

EL EXPERIMENTO



Ante un anuncio en el periódico de semejantes características, muchos de nosotros acudiríamos (casi) sin pensarlo por la cuantiosa cantidad monetaria ofrecida. Aun así, si tras superar unas pruebas de selección, fuéramos uno de los elegidos, puede que cambiáramos de opinión si nos advirtieran que tendríamos que renunciar a alguno de nuestros derechos civiles, soportaríamos en la experiencia situaciones extremas y, sobre todo, cuando nos comentasen que íbamos a estar permanentemente vigilados -por medio de un circuito de cámaras- en una prisión.

Cambia la cara de uno cuando se cita esa palabra tan directamente relacionada con un bien tan preciado como la libertad. Mas el asunto no acaba ahí, tiene mucho más que ofrecer: el grupo se dividiría en dos roles, el de prisioneros -doce participantes- y vigilantes -ocho-, teniendo que comportarse como tales, resolviendo los problemas que sucedan mientras no se use la violencia. Y, para más inri, conviene recordar que todos tus movimientos serán observados por los instigadores de la situación, cuyo fin es analizar cómo se comporta el ser humano en estado de reclusión. Con solamente aguantar tienes el premio asegurado, pero has de resistir bajo esas condiciones dos semanas, las cuales pueden resultar las más interminables de tu existencia.

La elección del protagonista es en cierta medida casual, como el encuentro de éste con la oferta -al ojear un periódico-; no obstante, su 'profesión', situación personal, economía maltrecha y forma de ser son la excusa perfecta para que nos adentremos en este mundo de su mano, aunque se alternen otros puntos de vista para la coherencia interna de las imágenes. Un previo escarceo amoroso antes del enclaustramiento servirá como aliento en las interminables jornadas presidiarias, amén de servir como interludio de reposo entre tanta opresión en espacios cerrados. La trama se desarrolla con inmediatez, pese a que anteriormente se asienta en el protagonista para enseñarnos sus recovecos y motivaciones, despejándonos con sutileza las dudas sobre el experimento a la vez que vamos encaminándonos junto al grupo al encierro -las sorpresas nos sobrecogerán a ambos, la información nos llega desde su perspectiva-. El fondo musical se encargará de acompañarnos en la travesía, de dar ligeros matices al celuloide para acrecentar nuestras sensaciones. No se quedan atrás los actores que encarnan a los personajes, cada uno de ellos irá configurando un carácter verosímil (de acuerdo a su personalidad) para enfrentarse a las circunstancias del encierro; erigiéndose sus respectivos líderes en cada bando, no faltos de alternancias hasta definir sus liderazgos. La confrontación está asegurada. Lo que en un principio es un mero juego con recompensa jugosa garantizada irá destapando las maldades del ser humano, acrecentadas por sus roles. De una convivencia pacífica acordada con el fin de obtener todos el objetivo monetario sin dificultades ocurrirán malentendidos, pequeñas riñas, rifirrafes, arrogancia, que confluirán en una creencia de sus papeles hasta estar totalmente sumergidos en este mundo de cristal.

A primera vista esta experiencia fílmica nos puede parecer que será un remedo de los programas televisivos formato Gran Hermano -no es la novela de Orwell, es un espectáculo televisado las 24 horas donde se encierran personas con el objetivo de convivir mientras el público va decidiendo con expulsiones al ganador/a-, una especie de documental cinematográfico con reminiscencias de El Proyecto de la Bruja de Blair; pues no, es una película al uso, aunque juegue con una peculiar cámara subjetiva para adentrarnos en este intrincado mundo, saliéndose de la norma general. ¿Cómo? Tomando un punto de vista de análisis, de introspección, partiendo del argumento de un programa real de televisión con igual propuesta, pero para llevarlo hasta las últimas consecuencias, reflexionar hasta dónde es capaz de llegar el ser humano, qué ocurriría en esas situaciones si las llevamos al límite, y permitir que el espectador se asome a la ventana de una experiencia única que le ayudará a conformar una opinión propia sobre estos fenómenos televisivos granhermanianos.

El resultado es una propuesta ágil, imaginativa, valiente, respaldada de un argumento coherente, intérpretes metidos en la piel de sus personajes (nunca mejor dicho), con ritmo regular -aun contando con pequeñas evocaciones personales inmiscuidas que enlazarán profundamente las vidas del protagonista y una persona externa con la situación, formando una (sub)historia dentro de esta (según se mire); y pequeños desbarajustes un poco forzados, pero bien resueltos, que tampoco dilapidan la narración- sin decaídas ni monotonías, con las suficientes sorpresas como para hacernos pasar un magnífico rato, entrometernos en el contexto y, lo más importante, sacar nuestra propia conclusión de esta acuciante moda mediática, propiciar el debate interno o externo, con este largometraje social crítico-reflexivo que tan bien nos muestra la realidad de esa irrealidad artificiosa.


9 abr 2009

THE END


El final es el momento emocionalmente culminante de un filme. Tanto, que el guionista William Goldman (todo los hombres del presidente, maverick, ect), decía "prefiero una película mediocre con un buen final que lo contrario". Decidir cuál es el mejor final de la historia del cine es tarea difícil, ya que existen cientos de cintas con desenlaces memorables. Aquí ofrezco algunos de los míticos. Y que me perdonen los admiradores de Lo que el viento se llevó, el gatopardo, con faltas y a lo loco y de tantísimos títulos, por no haber querido incluirlos.

La semilla del diablo (1968)
El más "maternal". Mia Farrow acunando a su demoníaco bebé mientras le tararea una estremecedora nana.

Al rojo vivo (1950)
El más explosivo. El ganster Cody Jarret (James Cagney) se inmola sobre un depósito de gas, volándolo a tiros, al grito de: "¡Mamá, estoy en la cima del mundo!".

Casablanca (1942)
EL más famoso. Humphey bogart deja que Ingrid bergman huya con su marido (lider de la resistencia antinazi), y se queda en compañía de un cínico policía francés. ¿Será el inicio de una gran amistad?.

El séptimo sello (1947)
El más pictórico. La muerte, con su guadaña, y los apestados bailan una danza macabra en esta alegoría medieval de Ingmar Bergman.

Los pajaros (1963)
El más incierto. Rod Taylor y su familia huyen del pueblo asolado por las aves asesinas, sin que se sepa que destino les aguarda.

2001, una odisea del espacio (1968)
El más simbólico. El astronauta Bowman flota en el espacip transformado en feto. un plano de Stanley Kubrick abierto a todo tipo de interpretaciones.

El tercer hombre (1948)
El más triste. En el desenlace de este célebre filme de Carol Reed, Alida Valli desprecia a su enamorado, Joseph Cotten, pasando por delante de él sin ni siquiera mirarle.

¡Qué bello es vivir! (1946)
El más conmovedor y navideño. Gracias a un ángel, James Stewart desecha la idea de suicidio y descubre el cariño de su familia y amigos.

Centauros del desierto (1956)
El más épico. John Ford simbolizó como nacen las leyendas con el plano de John Wayne alejándose hacia el horizonte.

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